El cuidado es un aspecto fundamental y constante en la vida humana. A lo largo de todas las etapas de la vida, las personas no sólo necesitan recibir cuidados en diversas intensidades, sino que también se ven en la posición de proveerlo a otras. El cuidado es un trabajo, socialmente indispensable, orientado a la gestión y sostenibilidad de la vida. Abarca una amplia gama de actividades, cotidianas y permanentes, que buscan desarrollar y fortalecer las habilidades y capacidades personales, impulsando la autovalencia, la independencia y la autonomía. Toman lugar tanto dentro como fuera del ámbito doméstico, y su impacto se refleja en el bienestar biopsicosocial de quienes las reciben.

La desigual distribución de género del trabajo de cuidados y el envejecimiento poblacional en el marco de la actual transición demográfica, han dado lugar a un fenómeno mundial conocido como la “crisis de los cuidados”, al que la política pública debe dar respuesta. La crisis ha significado un incremento sustancial en la cantidad y complejidad de las necesidades de cuidado, así como cambios en la composición de los sujetos receptores de cuidados. La necesidad de cuidados de niños, niñas y adolescentes, que tradicionalmente ha sido abordada por mujeres que no participan del mercado laboral, está dando paso a una necesidad creciente de cuidados de personas mayores. La buena noticia que significa que vivamos más años se convierte en una oportunidad para el trabajo formal de miles de personas, pero también, en un riesgo ante la falta de sistemas de cuidados que eviten que una vez más las mujeres, por fuera del mercado laboral, tengan que hacerse cargo de esta labor. También, está el riesgo de que perfiles ocupacionales formales dedicados al cuidado de niños y niñas, ya sea en el mundo privado o en el Estado, empiecen a estar en riesgo por la caída en la demanda de cuidados de estos sujetos, frente al envejecimiento poblacional.